top of page

LEMA ORANTE

“Ensoñar con percibir lo "límpido foso abismal “

JLP 20042025

 

Y la Llamada Orante se hace… –en este transcurrir- se hace de manera perentoria.

 

Siempre presente, sea cual sea el momento, cada uno de esos instantes del momento precisa una consideración, una transformación de los sistemas de convivencia, de las vías de relación política, de los sistemas religiosos, económicos…

 

Todo parece estar envuelto en un sentido convulso. Y se presenta cada vez más difícil estar en una posición de equilibrio, de búsqueda afectiva, de entrega generosa, de alegría complaciente.

 

No es algo que esté ocurriendo solo en este instante. Evidentemente, se ha ido labrando en este siglo, si bien ahora se nos presenta como “agudo”.

 

En los tiempos sin historia –y con historia también- los castigos del Misterio Creador eran la norma: terremotos, maremotos, ciclones, pestes, cóleras, guerras… según la época. Pero eran castigos. Castigos por el hacer, por el estar de lo humano.

 

No era el Misterio Creador el que nos hacía nacer por amor. No era el complaciente, no era el misericordioso, no era el bondadoso. Mas bien era el vengativo, el perseguidor, el castigador y el responsable. Puesto que él nos había creado, él tenía la potestad de corregirnos.

 

Aquel sentido de pensar –o este sentido de pensar mencionado- no se ha terminado. No. Pero la humanidad, en su capacidad, en sus recursos, en sus amores de Lo Eterno, fue descubriendo, aprendiendo, interpretando… estructurando y haciendo.

 

Y cada vez el ser se fue sintiendo un poco más procedente de Lo Eterno.

 

Hasta llegó a considerarse hijo de Lo Eterno.

 

Pero esto, en la vanidad desarrollada por el poder del hombre, era insuficiente. Y así se saltó a ser dios; se saltó a considerarse uno, único, personal, dominador, dominante, estructurador y organizador de la “vi-da”.

 

Queda –no obstante- ese punto de soberbia: de que se alcanzará el nivel… de Dios, con el esfuerzo, la dedicación y la entrega a la ciencia, a la tecnología, a la manipulación, a la información.

 

Y coexiste esa idea, con esa escondida señal de algo superior a lo humano, y un cierto miedo.

 

Evidentemente, esto es hablar en globalización, en generalidad. Obviamente hay excepciones grupales, individuales, geográficas, etcétera. Pero sí que la globalidad humana –en sus más de 8.000 y largos millones- vibra en ese malestar, en esa desigualdad, en ese guerrear… pero ya como parte –digamos que absolutamente responsable- de lo humano.

 

De ahí que la Llamada Orante nos advierta de ese miedo que, por una parte, era “a lo divino”, y de ese miedo –que por otra parte es el más significativo- a nuestra propia especie.

 

La Llamada Orante nos proclama la bondad, la misericordia, la inocencia, el cuido.

 

Su presencia permanente en cada uno de los seres.

 

Nunca fue justiciero, pero así se le interpretó. Nunca fue castigador, pero así se le designó. Nunca fue perseguidor, pero así se le advirtió.

 

Y al igual –sin que sea balanza-… y al igual que se atribuyen ahora, todos los conflictos, a la acción de la humanidad, la oración nos reclama… descubrirnos en nuestra naturaleza divina, en nuestra naturaleza de bondad, en nuestra naturaleza de humildad…; en nuestra naturaleza de: *“Yo no soy de mí. Soy Misterio

Creador, expresión misteriosa”.

 

Y puedo apercibirme –en base a los detalles- de las casualidades, de las suertes, de los imprevistos, de los inesperados. Y puedo apercibirme de ello en base a mis sentires, a mis emociones, a mis amores.

 

Y puedo darme cuenta –sin razonar- de que todo el entorno está a mi servicio. Y para verlo he de respetarlo, he de cuidarlo.

 

Y puedo descubrir mi naturaleza, también, en no sentirme culpable. Diluir esa réplica de: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”. Ese no es el Misterio Creador. Ese no es El Bondadoso.

 

Sí me hago responsable de mi naturaleza material, de mi transcurrir en estos niveles.

 

Pero si mi referencia es el Misterio Creador, y no lo es el poderío humano, entonces se irá la culpa… y se hará predominante –sí- la inocencia; no como presunción –que ya es algo- sino como evidencia.

 

E importante acotación es que, bajo estos planteamientos, no hay una lucha, no hay una guerra, no hay un ¡combate! –como también así nos lo plantearon- entre el bien y el mal. No hay una guerra entre la modernidad y la inspiración de oración, la inspiración de amor.

 

La referencia divina no compite.

 

Y, al no competir, se ofrece permanentemente.

 

Es la vida divina encarnada en un lugar del Universo, como puede haberlo en otros multiversos.

 

Y en la medida en que sabemos ver en los otros –en los otros humanos-, esa inspiración divina, esa naturaleza de Misterio Creador, iremos disolviendo el juicio, el prejuicio, la condena, el martirio, el castigo.

 

¡Aleluya!

 

La modernidad nos ha ido educando en opiniones castigadoras de cualquier acción, de cualquier realización.

 

No nos educaron en ver la virtud, sino que se introdujo el “pero”: “Sí, está bien, pero… le falta sal. Pero… no es suficientemente elegante. Pero… a mí no me va ese tipo de normas. Pero...”.

 

Y el recuerdo permanente y machacón, cotidiano, de resaltar el error del otro, porque es lento, porque es perezoso, porque habla mucho, porque habla poco…

 

¡Incapaces! –como humanidad- de ver lo “límpido foso abisal”:

 

Sí. Esa fina, sutil y elegante percepción del Misterio Creador, en nosotros.

 

¡Y somos capaces! ¡Claro que lo somos! Pero ahora, en este transcurrir, el dominio del dominador es tan dominante… que todos parecen estar manchados y marcados por el famoso pecado original, más los demás pecados cometidos en el transcurrir de las acciones.

 

Y fíjense en un ejemplo tan simple: cuando emana la imagen del “Hijo de Dios” y proclama “amarás a tus enemigos”, ¿cuál fue la respuesta…?

 

Todo lo contrario: guerras religiosas, inquisiciones, persecuciones… Hasta hoy en día, por supuesto, que continúan.

 

Pero, bueno, si eso era difícil –“amarás a tus enemigos”- había un consuelo que podía ser interesante: “Y al prójimo… amarás al prójimo como a ti mismo”.

 

¡Guau! Podría ser una brillante solución.

 

¿Y qué ocurrió? ¿Qué ocurre?

 

“El prójimo es prójimo. ¿Cómo voy a amarle igual que me amo a mí?”.

 

Y cabría preguntarse:

 

“¿He de amarme a mí mismo…? ¿O el amar debe ser una consciencia, despierta, de que soy amado por la Creación y que, en consecuencia, reflejo ese amor a todo lo que me rodea?”.

 

Nos llaman a orar, sí, porque este tránsito nos implica… a dar, a expresar, a descubrir, a aprender de nuestra naturaleza de Misterio Creador… a sabiendas de que no somos los protagonistas. Somos intermediarios.

 

Si hubiera que emplear la palabra “protagonismo”, el único protagonismo que existe para nuestra mentalidad es el Misterio Creador. Y, casualmente, no es protagonista.

 

Pero es presencial, es inmanente, es causal…; es primavera permanente.

 

Y debemos contemplar nuestros ánimos, nuestro humor, nuestra sencillez, nuestra humildad, nuestro respeto. Parámetros en los que podemos involucrarnos cotidianamente.

 

Si con ese ánimo, humor, respeto, humildad… interactuamos, la emoción, el entusiasmo, la esperanza y ¡la fe!... se harán ejercicio cotidiano; serán ejercicio cotidiano.

 

De ahí que tengamos que estar atentos, y así comprometernos con nuestra naturaleza intermediaria… y ensoñar con percibir lo límpido foso abismal.

 

Avisémonos de nuestras virtudes.

 

¡Sí! Proclamemos nuestras habilidades. No por vanidad, ni soberbia, ni importancia personal, sino como muestras de servicio.

 

Actuar sin reserva…

 

Y cuando así se hace, siempre aparece lo necesario.

 +++

bottom of page