LEMA ORANTE
“Ilusionistas, transparentes, sin nada oculto detrás”
JLP 23112025
Transcurrimos en unos instantes de secretos, mentiras, verdades a medias, bulos… y una permanente apariencia en la que pareciera –pareciera y cierto es- que lo que percibimos no es lo realmente está sucediendo. Dícese “realmente”, aquello que no es otra cosa más que lo que es.
Con una velocidad de vértigo, se instauran configuraciones que son las que se llevan, que son las que se usan, que son –en definitiva- las que diseñan los más influyentes y poderosos, para permanecer en un sistema de dominio y de control.
Y claro está: en la medida en que los que no están en ese plano, no pueden imitar, no pueden ejercitarse en esa manera –como mandan, como imponen, como dicen-, ocultan, mienten, imaginan…
La Llamada Orante nos hace un reclamo a nuestra sinceridad, a nuestra expresión de lo que realmente somos, a un testimonio sin trampas, a una creencia sin apariencias, de tal manera que se desarrolle… –está, pero cada vez más débil- se desarrolle la confianza.
Ya que somos creados, creyentes, creativos, creadores, (que) las convivencias se recreen en creerse mutuamente.
Es decir, en una confianza mutua basada en la evidencia de que el testimonio de cada uno no es una apariencia, sino una evidencia. Que no hay puerta trasera, que no hay escondites.
La dedicación que en el mundo contemporáneo predominante tiene que hacer cada ser para mostrar lo que le exigen que sea, o para mostrar que también vale y puede, la dedicación supone un gasto descomunal.
Esa dedicación a aparentar, a contar y a decir lo que el otro quiere escuchar.
Si por un momento –por un momento- cada uno recopila el esfuerzo diario que invierte para dar una imagen que no es la que siente, la que realmente desea, quiere…, toda esa intención y elaboración, si se invierte en nuestra idealización, en nuestras convicciones, en nuestras vocaciones, en nuestras dedicaciones, en nuestros servicios…, estaríamos hablando de otra realidad; estaríamos compartiendo espontáneamente, sin reclamos, todo lo que acontece, todo lo que se precisa, todo lo que se busca.
Y ciertamente, a lo largo del transcurso vital de un ser, se van añadiendo incidencias e incidencias que van configurando placas de envolturas y envolturas… que no permiten la consustancialidad del ser en cuanto a su expresión, y en cuanto a que todas esas placas, envolturas, dificultan el desarrollo propio, la encomienda personal que cada uno tiene por el hecho de vivir.
Y es así que la frecuencia con que unos viven las vidas de otros –en el sentido de imitación- por miedo a expresar la personal vocación, y todas estas… vamos a llamarlas “circunstancias”, deben ser el punto de incidencia de lo que llamamos “vida interior”, para que seamos una muestra sin capas, una muestra desnuda.
No se viste el árbol cuando sale. No se cubre en apariencia el gusano, en su reptar. No, no viene oculta en forma de piedra, la ola…
No disimula el aire para dejarnos respirar. Si se hiciera simulacro o aparente, estaríamos ahogados, asfixiados.
No se camufla el agua con una versión u otra… Si así lo hiciera, moriríamos de sed.
Y así sucesivamente, podríamos enumerar todo nuestro entorno vital.
Quizá podría decirse que la especie humanidad es la única que aparenta ser lo que no es. Todavía no sabe quién es. Quizá también ello colabore a ese mundo aparencial.
Se establecen patrones a los cuales hay que amoldarse, renunciando a aspectos de nuestra identidad. En muchos casos, para poder conservar nuestra identidad –para poder conservarla-. Y en otros, para seguir en la apariencia y lograr algún beneficio. O un aplauso, que muchas veces es ficticio, pero que satisface a la falsa realidad.
El Misterio Creador, en su todo evidente, no es un prior adornado de guirnaldas o con bastones de mando, sino que es todo lo que se evidencia y que somos capaces de percibir…
Que es hora de darnos cuenta de que, cuando nos llaman a orar, nos llama la universalidad, la Creación –Misterio Creador, la Creación-, de la cual somos expresión.
Cada vez que transgredimos las evidencias de vida de nuestro entorno y de nuestras vocaciones frustradas, estamos haciendo una injerencia en el Misterio Creador.
Y ese Todo misterioso se vale de la oración para orientarnos, para inducirnos y promovernos en un equilibrio, en una armonía, y sabiendo y asumiendo las evidencias de todo lo viviente, que es Creación, que es Misterio.
Podríamos decir que sería semejante a ese animismo que parece que pasó, pero es más que ello –pero ello es una referencia-. Ese saber popular que decía: “Dios está en todas partes”. No. Es que “Dios es todas partes”. No está. “Es”.
Y nosotros estamos incluidos en ello, claro.
Pero ocurre –por desconocidos aconteceres- que el ser de humanidad se siente, porque lo es, divinidad.
Pero se aúpa en dominio, en control, en mando.
Se hace Dios íntimo hacia sí mismo, y con pretensiones hacia los demás… albergando en definitiva la idea de que el Misterio Creador es algo que está ahí, allí, allá. Y ordena y manda. Premia y castiga.
Si se consigue –porque es así, pero ha habido tantas capas que nos lo han impedido- si se consigue disolver esa idea de liderazgos, de diferentes poderes, de escalones de influencia… empezaríamos a percibir –y empezamos, si ejercitamos esa intención-, empezamos a percibir lo misterioso en ese Misterio Creador, que
lo tenemos como referencia, como palabra, pero que se nos va abriendo a… un Todo.
Si tenemos esa referencia: “que se abre a un Todo”, descubriremos que no existe tal escalera, tal secuencia de mandos, tal población de jerarquías de ángeles, arcángeles, serafines, querubines, tronos, potestades, hijos, padres, Espíritus Santos…
¡Mon Dieu!
Todo ello gravita porque, bajo ese esquema, se fue estructurando el planteamiento humano. Y bajo ese esquema se estructuró el estar, en este lugar del universo: Y éste es el jefe, éste es el rey, este es el emperador, éste es el gobernador… y así sucesivamente, escalones que precisan castigos, premios, justicias, normas, morales…
Evidentemente, un amasijo de imposturas… que hacen que los seres sean impostores, que adopten posturas que no son las propias.
La Llamada Orante nos insiste en esa recuperación de la identidad íntima de cada ser, y su vocación de expresarla, de compartirla, de convivirla…
De abandonar esas estrategias de cazadores que buscan engañar a su presa, y que nos hacen violentos, domesticadores, castigadores y premiadores… –permitamos la palabra- premiadores de aquellos que se comportan según lo imperativo-dominante del lugar, del momento, del país, etc.
Somos entidades de universo que habitan en un infinito eterno. Y toda actividad que hagamos eludiendo esa evidencia, consume nuestra presencia, la abate, la debilita… y la convierte en una permanente queja, como añorando –sin querer, sin saber o subconsciente o inconscientemente- lo que realmente es: Misterio
Creador. Una expresión más, infinita.
No se avergüenza la lluvia de caer. Tampoco trata de ocultar su sonido, la gota, al llegar.
¿Por qué habrá entonces, la humanidad, de camuflar nuestras conformaciones, configuraciones, trasfiguraciones? ¿Por qué?
¿Por qué esa vergüenza constante a ser ideal, a sentirse ideal, a promover el ideal que cada uno o cada grupo o cada comunidad tenga?
¡Si soy agua! –por seguir ese ejemplo-. ¡Si soy gotas comprimidas!... Si me hago lágrimas cuando siento, y no lo puedo ocultar…
Estoy lloviendo. Me hago lluvia.
El lenguaje del Misterio Creador es… ilimitado. Está ahí en cada circunstancia, en cada ocasión, en cada coincidencia.
Un lenguaje de bondad…
Como se da la flor, como se da la tormenta, como se da el arco iris…
¡Tantos ejemplos! ¿Y por qué el ser renuncia a dar su identidad? ¿Por qué se retrae? ¿Qué mala pasada le han jugado sus capacidades, que le ha convertido en racista, propietarista, sectorial? Que se ha amparado en su intimidad para mostrar lo que no es, y así asfixiar esa propia intimidad, que la camufla bajo la idea de seguridad.
Bajo la idea del llamado “Todopoderoso” –¡por favor!- se han ido edificando similitudes de poderes. Y así justifican, las diferentes humanidades, sus ascendencias y sus influencias de poder, basadas en el ejemplo –sic- del Todopoderoso.
¿Cuándo se inventó, cuándo se estableció… esa consigna?
Quizás, cuando el ser compitió con la Creación, compitió con el aire, compitió con el agua, compitió con la tierra, compitió con el caballo, compitió con el perro, con el gato… y vio que algo podía.
Y surgió el misterio ocurrente de “el Todopoderoso”…
Esa jerarquía de poder que lo único que destila es un modelo para seguirlo, y así cada uno establece sus poderes: familiares, sociales, culturales…
La batalla está servida.
Con ello, fácilmente podemos deducir que las heridas también están servidas.
Toda batalla que conduce a la guerra va a generar dolidos, dolientes, heridos, sufrientes.
¡Y todo!, generado por un modelo ¡falso!... Tan falso que nos hacía independientes y que nos daba el libre albedrío, como si fuera un valor añadido por ser humanos. “Como si fuera un valor añadido por ser humanos”.
Nos conmina, la Llamada Orante, a configurarnos como misterios creadores, expresiones… expresiones de ello, siendo a la vez árbol, tierra, agua, aire y cualquier otro elemento.
Y disolver esos privilegios de poder… que anulan a otros, que conforman la lucha permanente, que generan destilados de envidias, angustias, ansiedades, rabias, odios, rencores…
Una bisutería de adornos emocionales, espirituales, inteligentes… ¿Inteligentes?
Si nos reconocemos Misterio Creador, como una partícula del Misterio Creador, pero siendo yo mismo, no tenemos necesidad de competir. Solo necesidad de asombrarnos, de gratificarnos, de glorificarnos…; de servirnos en el gozo, en el aplauso, en la sorpresa de ver, de sentirse vivo, vivo, ¡vivo!, ¡viva!...
Y con ello cesa la contienda. Se acaban las heridas. Es inútil la muerte. No hace falta.
Porque hasta ésta es una impostura.
Obsesionados con tanto poder, ¡con tanto dominio!, con tanta influencia, con tanto control, no dejamos que los seres fluyan según Misterio Creador.
Tiene que haber, hay y está dispuesto, un momento para empezar el alivio, empezar a ser ligeros, empezar como si algo comenzara. Y no, no hay nada que comience ni que termine, pero al menos ser conscientes de una sorpresa: de verme identificado, expresado, mostrado, tal cual me siento, me descubro, me dicen.
Y empezar a ser aprecio hacia todo, y dejarme apreciar… para no tenerle miedo al gozo, ese que nos hace sonreír sin querer, parpadear con claridad, hacernos ilusionistas, transparentes, sin nada oculto detrás.
“Ilusionistas, transparentes, sin nada oculto detrás”.
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