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LEMA ORANTE

Un momento orante es una locura trascendente de arte” JLP 30112025

 

Nos llaman a orar para tomar consciencia, para ‘practificar’, para hacer permeable la comunicación entre este lugar del Universo y la Creación en general.

 

Entre este Cielo –si lo prefieren- y Tierra.

 

Y en la medida en que sintamos el vivir, bajo esas coordenadas… Que en realidad son una coordenada. Sí, porque el aquí, el lugar, el sitio en el universo, “la Tierra” –a la que llamamos-, no es ni más ni menos que una expresión de la Creación. Una de las infinitas expresiones de la Creación.

 

Estamos por ahí sujetos… que si fuerzas fuertes, que si fuerzas débiles, que si fuerzas de gravedad, que si fuerzas electromagnéticas, que si… ¡Bien! ¡Bien está para ir por casa! Pero realmente no existe esa dualidad. Es una unicidad.

 

Pero nuestra capacidad de sentidos no alcanza a fundir, no alcanza a sentirse unitarios, sino que brega –con sus pasos y sus correrías- la humanidad, en este lugar del Universo, y por otra parte clama a la Creación, al Misterio Creador, al Divino… Cada nombre es un reclamo a despertar en nuestra consciencia esa idea única.

 

Esa idea única que también los que buscan con la Ciencia tratan de encontrar: esa teoría unitaria de la Creación, que compagine lo expansivo con lo contraído, que dé un sentido lógico a este acontecimiento que se llama “vida”.

 

Y quizás ahí está parte de la dificultad: en buscar esa lógica, en emplear ese sistema de razones y explicaciones, y no percibir lo innato, lo genuino, que no necesita explicar cómo y por qué, sino que es.

 

No necesito explicar el cómo y el por qué, sino, en consciencia, sentir que soy.

 

Como esa frase que todos recordarán, del soplo Krístico: “Yo soy el que soy”.

 

Seguramente no era una descripción de su personalismo, sino una transmisión más de su trascendencia, del mensaje que le tocaba expresar.

 

Y ocurre que, ante las situaciones que nos plantean estas percepciones –a otro nivel dual, para encontrar el nivel unitario- ocurre que el ser se pregunta sobre su practicidad. Y de inmediato se trata enseguida de ver la renta, el beneficio…; la manera de coger, de tener.

 

Cuando los sueños –esos que en el dormir aparecen- ocurren, no decidimos cuáles van a ser. Aparecen, están, y reales son. Luego –ahí viene lo práctico- luego, al despertar, decimos: “¡Ah!, ¡si fue un sueño!”.

 

¿Y qué quiere decir ese “¡ah!, ¡si fue un sueño!”? ¿Que no fue real?

 

–Entramos en el conflicto entre lo real y lo irreal-.

 

Pero ¿ocurrió lo que soñamos? ¡Claro que ocurrió!

 

Pero sucedió que no fue voluntariamente, no fue específicamente y decididamente propuesto por nuestras capacidades, sino que, voilà!, surgió de la… ¿nada? No. Tenía una estructura, un soporte del cual emergió –o hizo su emergencia-. Pero enseguida el sentido práctico nos advierte de que no fue real.

 

Este es un mínimo ejemplo para vernos en una perspectiva unitaria… en la que la vigilia nos da una visión muy estructurada, muy condensada, de nuestro ser. Quizás sería muy aventurado decir que el sueño fue una necesidad de la Creación, a la hora de expresar la vida, para no perder nuestra referencia con lo creado, con la Creación.

 

Y no hace tanto –no hace tanto-, y aún existen reacciones, acciones que se guían por los sueños. Y hace menos tanto que la interpretación de ellos –de los sueños- nos orientaba acerca de nuestra psique, de nuestro psiquismo, y explicaba nuestras neurosis. Y todavía las sigue explicando en alguna medida. Pero ya lejos están las practicidades de esos sueños de las vacas gordas, de las vacas flacas…

 

Progresivamente, en la medida en que el ser se va adueñando de sí mismo –por su capacidad de dominio, control, manejo, manipulación-, su dimensión creadora, su dimensión de creación, su dimensión unitaria se diluye, y la cifra en salirse de su guarida terrestre en naves, aeronaves, en telescopios… como si esa realidad –igual que la nuestra de aquí- fuera otra cosa distinta, pero con la ambición de encontrar, descubrir, entender y dominar esas actividades que se descubren en el comportamiento de la materia creadora –permitamos esa palabra: “materia creadora”-.

 

Pareciera que la vigilia, con sus sentidos, necesitara devorar lo que ve, lo que escucha, lo que saborea, lo que olfatea, lo que toca. Y si no es así, parece que no es veraz lo que su despertar le anuncia.

 

Se habla, y se pone la palabra “trascender” como una muestra de ir más allá de lo que los sentidos específicamente estructurados nos ofrecen. Ir un poco más allá. Es ese “leer entre líneas”, es ese “descubrir la pieza que falta en el rompecabezas”, para que la imagen ya nos diga si estamos ante la muestra de un árbol o de una ciudad o de un tiesto o cualquier otra representación.

 

Ese trascender lo realiza –además de la imposición del sueño, de los sueños- lo realiza el ser a través del arte. Sí, a través de ese movimiento de color, a través de esa poesía sugerente, a través de esa historia inventada –¿inventada?, ¿seguro?; ¿o inspirada en otras dimensiones?-. Ahí tendríamos la posibilidad.

 

Mejor sería decir: ahí está, más que la posibilidad, el recurso para trascender –a nivel práctico que se exige, como decíamos hace un instante-.

 

El Misterio Creador, en su ilógica, en su sinrazón, ¿qué es lo que muestra a nuestros torpes sentidos, cuando éstos se abren un poco más? Nos muestra un arte.

 

Cuando vemos una expresión artística, pongamos por ejemplo “el Guernica” de Pablo Ruiz Picasso, no vemos la imagen exacta de un caballo, no vemos la imagen exacta de un guerrero, no. Vemos… algo más.

 

No vemos tampoco el avión, las bombas… ¡No! Hay algo más… que se nos muestra deformado, con ángulos ilógicos, pero que así, si lo vemos con una cierta –cierta nada más- inspiración, nos impresiona.

 

Pero si no le damos ese toque inspirador, podríamos colocar el cuadro en cualquier sitio en el que no existe ese desarrollo, y lo verían como algo pintado por un chiquillo en un momento de juego. Y así ocurriría con el arte abstracto, que es una necesidad de mostrar la Creación de otra manera.

 

Pero por una necesidad que luego, en la mayoría de los casos, se convierte en negocio, en fraude, en copias, en fama… ¡psss!…

 

Es que la realidad lógica es terrible. Sí. La llamaremos “terrible”, porque enseguida que aparece un acontecer que desborda lo controlable, va como una fiera a destruirlo, a manejarlo.

 

A poco –a poco, poco- que descubramos nuestra estructura, nuestra concentrada expresión de lo inaprensible, a poco que veamos, nos damos cuenta de que estamos ante un diseño de arte más que abstracto. Y que, si profundizamos un poco más en ese hígado, en ese riñón, en ese pulmón, en ese corazón, en esa linfa, en esa sangre… nos encontramos con átomos, con protones, neutrones, que nadie ha visto, pero que nos sirve; como hay que apoderarse de todo, como hay que darle materialidad a todo, pues será eso: partículas, subpartículas que funcionan de esta o aquella manera –“dixit”; es decir: “que dicen que”...-.

 

En cualquiera de los casos, es todo un modelo ¡muy loco!, ¡muy artístico! Locura y arte tienen mucho que ver, puesto que los sentidos empiezan a adquirir otra perspectiva.

 

Hasta el punto de que podemos decir: “Pero ¿qué es orar?”. ¡Una locura! Es el arte que nos lleva a otra sensación, a otra dimensión –si nos dejamos llevar, claro-.

 

Pero que, evidentemente, cuando profundizamos y trascendemos un poco más en ese arte, en esa expresión artística, pues vemos que es una locura: “la que nos cura”; la que nos hace ir más allá de esa preocupación, esa obsesión, esa temeridad, ese susto, ese...

 

Así que podríamos decir que un momento orante es una locura trascendente de arte.

 

Y que está en todos. Que no es patrimonio de éste o aquél, pero sí indudablemente tiene y se desarrolla por pura necesidad del estructuralismo sobre el que estamos edificados –o así lo expresamos para que sea real-.

 

Esa locura de arte nos lleva a esos átomos y a esas partículas que tienen esos comportamientos que… suponemos que serán así, o no.

 

Cuando cogemos una parte de ese rompecabezas, una piecita, y la sacamos del contexto, esa piecita no es la globalidad del cuadro; es una parte. Si nos quedamos en esa parte, sólo veremos eso. Si trascendemos –“si trascendemos”-, a partir de esa parte veremos todo.

 

Es por ello que, en el ejercicio de ser “arte”, trascendemos a lo que lo concreto, lo práctico, nos muestra como lo único, lo veraz, lo auténtico.

 

Y empleamos la broma, el chiste, la comparación, la imaginación, la casualidad, la suerte… Nos tropezamos con lo imprevisto y lo inesperado…

 

Y entonces puede ser que empiece esa vivencia de que quizás, quizás, quizás, las “cosas”… –palabra que sirve para todo, ¿verdad?: “las cosas”; ¿qué “cosas”?- las cosas no sean lo que vemos, lo que oímos, lo que saboreamos, sino que todos esos elementos son parte de un puzle que nos dan.

 

Esa sinfonía que nos hace imaginar, esa conjugación de notas que nos hace llorar, ese canto de fantasía que nos hace volar, ese arte culminante que nos lleva a la unicidad, a vivir en unitario, ¡a sentir la humanidad!, a sentirnos humanidad…; a sentirnos una pieza de esa increíble Creación, que tiene su verdadero sentido cuando se integra en el puzle general; pero que, si nos regodeamos en una sola partícula, no acabamos de ver el sentido que tiene.

 

El avance progresivo implacable de ese dominio y control del tiempo y espacio, con el que se mueve esta humanidad, nos trata de sacar de ese arte de vivir, de soñar, de poetizar, de humorizar, de fantasear.

 

Aun así, en el arte de orar como expresión Creadora, sabemos que, por muy implacable y muy demoledora que sea la historia de destrucción, de dominio y de control, el ensueño no lo destruiremos, la fantasía no se perderá. Se esconderá, se colocará en las esquinas, se hará zócalo en las calles…; incluso se negará para protegerse.

 

Y es así porque, sin ella –que es lo que es-, no seríamos la maquinaria destructora con la que se expresa en generalidad, el ser, ahora.

 

Y este detalle es importante. Sí. Cuando los presagios razonables, lógicos, calculadores, estadísticos, nos muestran que vamos hacia… –¿hacia dónde?- hacia el cataclismo, ¡al final!, sí, habrá Sodomas y Gomorras, y bombas para acabar, pero… no acabarán, no terminarán con el ensueño, con el arte de fabular.

 

Y este detalle orante que nos promueve ya la llamada –este detalle orante que nos promueve la llamada- es importante. ¿Por qué? Porque, queramos o no, los mensajes destructores, perseguidores, amenazantes… de cultura, educación, salud... son tan fuertes, que por momentos pensamos que “¡adiós ilusión!, ¡adiós fantasía!, ¡adiós!”… ¡Ya estamos en Dios!

 

Esto es significativo: ¡Ya estamos en Él! ¡No vamos hacia Él!, como si fuéramos criaturas separadas de la Creación.

 

Y esa toma de consciencia de que estamos en ello, y que la trascendencia nos lo muestra en ese vericueto que nos ha abierto la Llamada Orante a través de la locura del arte: el sabernos sin miedo a que desaparezcamos, a que todo lo que hemos imaginado, hemos diseñado, que nos ha parecido bello, que nos ha parecido hermoso, todo lo que hemos vivido que nos ha parecido fantástico, sea en mayor o menor cantidad, ya se ha perdido…

 

No se ha perdido nada.

 

Se ha guardado. Está guardado, esperando a que se abra la caja… y que nos hagamos ilusión, fantasía, verso, inspiración, suspiro.

 

Sí. No es… –aunque entendible o no- no es fácil el mantener ese dintel, después de tantos milenios y generaciones entrenadas para dominar, controlar, producir… y que ahora lo tratemos como enemigo. ¡Que no lo es! Es la manera en que se ha volcado todo el arte de vivir, hacia un lado.

 

Vagaban libres los átomos, las partículas, sin otro afán que producir burbujas.

 

Pero algo que en su seno estaba, los incitó a reunirse, a juntarse, a solidarizarse, a cooperarse. Eran cosas nuevas para esas burbujas, esas partículas.

 

Eran nuevas, pero excitantes.

 

Y se conjugaron de una forma y de otra y de otra y de otra… como si de un juego de pompas de jabón se tratara, para ver cuál duraba más o menos. Y sin saber cómo y de qué forma, fueron haciéndose prietas, dejaron de burbujear, empezaron a intimarse tanto, que vibraron en sintonía unas con otras y –¡wow!-... otra estancia surgió.

 

¿Imprevista? Nada había previsto.

 

Y como si de un conjuro se tratara, se mostraron densas, espesas. Surgieron colores, formas y sintonías de millones de infinitas burbujas, con infinitos e interminables ensayos.

 

Y dieron lugar a innumerables formas, algunas de las cuales conocemos, como la piel de una pantera, como la pezuña de un elefante, como la suavidad del salto del delfín…

 

Si hubiera que decir algo, habría que decir que todo fue insuperable.

 

¿Fue? ¡No! ¡Es!

 

Pero si hubiera que decir algo, ¡es insuperable!

 

Pero incluso la palabra se queda corta. Sí; porque al trascenderla desde su origen, hacia lo que va a venir, necesita de otros términos.

 

De ahí que trascender nos permite venir, ir, volver… y no quedarnos fijados, engastados en un dominio, en un descubrir.

 

Vibramos permanentemente como en recuerdo de aquellas pompas de jabón; y ahora en tránsito de concentración, como un nuevo arte, como un nuevo estilo, pero… Arte de Creación.

 

Sí. La Llamada Orante nos lleva a los sueños, a las cajas que guardan los más bellos recuerdos. Nos lleva a transitar ¡sin miedo!, porque nos enseña que ninguna… ninguna posesión será capaz de destruir estos ensueños de vivir en Arte.

 

No hay miedo a desaparecer. Y no hay que iniciar ningún viaje “hacia”. Ya estamos en ello. Y el darnos cuenta es lo que nos permite sentirnos. Sí, “sentirnos”, que es más allá de los sentidos que perfilan, rotulan, marcan y señalan. Más allá de eso. Los que imaginan, los que fantasean.

 

Se hace suave el vivir, cuando el temor que aprieta deja de ser drama, tragedia y destrucción.

 

Se hace suave el suspirar, cuando el amanecer nos sonríe con su aparente e indiferente luz… que realmente nos incita a transformar, transfigurar lo que percibimos, para llevarnos a “el creer continuado”, en ese hacer de arte enamorado que no decae ante la adversidad, que no se arruga ante el grito, que no huye de la amenaza.

 

Que sabe –sin saber- que está, que es.

 

Que no ha venido ni ha llegado; que son formas de expresar que está, y que es, a la vez, unidad…

unidad… unidad…

 

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