LEMA ORANTE
“Bajo el sentido de orar, el creer es la clave”
JLP 07122025
Y estamos atravesando zonas cada vez más dispersas de poderes –y poder-, de una diversificación de tendencias.
Es como si el tiempo de poderes absolutos, de poderes dominantes, de estatismos costumbristas, hubiera llegado a su plenitud, a su incapacidad, a su incompetencia. Y hubiera estallado; estallado en espacios, tiempos y acciones corpusculares, pero con la memoria y la posesiva actitud absolutista. Y si –por decirlo así, históricamente- antes había un poder, ahora hay miles de poderes.
Esta situación crea una multitud de confrontaciones. Aunque provenientes de un absolutismo, los fragmentos de ese absolutismo, cada uno es absolutista. Pero no se reconocen como cuando eran una unidad, sino que reclama cada uno su importancia trascendental.
Se venden panaceas de todo tipo, y escucharlas supone darse cuenta de que su intención es el poder, el ganar, el dominar, el controlar.
La Llamada Orante nos advierte de esa tendencia que nos compete a todos. Y que, en oración, podemos darnos cuenta: el no caer en la trampa del sectarismo, el absolutismo, el concepto de “verdad”. Y todo ello, personal o mini-grupal.
Y con ello, desarrollar los prejuicios, los ataques y las condenas a lo que no sea lo propio, lo personal.
Nos ofrecía, el viñetista [1]“el Roto”, una imagen que bien puede ilustrar parte de la Llamada Orante de hoy: se ve a un experto en cine ojeando los diferentes fotogramas de un film, y dice: “Observando fotograma por fotograma de la Historia, es evidente que todo esto es un montaje”. Claro, es un montador de películas el que sale en la viñeta, y fotograma por fotograma, todo, toda la película es un montaje… de la Historia.
Y es así que, en consecuencia, cada partícula de ese estallido de absolutismos –o de absolutismo en general- va montando una historia de diferentes absolutismos, a lo largo de lo que llamamos “Historia”, que empieza a tambalear su veracidad.
Ante ello, es fácil hipotetizar y tratar de “arreglar” las diferentes versiones de cualquier suceso. Pero ese arreglo resulta ser muy personal, en cuyo caso es muy poderoso individual. Y se entra en esas versiones en las que una persona afirma firmemente una versión, y la otra afirma firmemente otra versión, sobre un mismo acontecer. Al observador se le fuerza a decidir por un lado u otro y por ver la historia de una facción o de otra.
¿Cuál, cuál ha sido la… o qué ha sido lo ocurrido? ¿Habrá que inclinarse por una versión, o por otra?
O habrá que proponer-sugerir una nueva versión; una nueva versión que satisfaga a las dos, que no son iguales y están opuestas.
¡Uf! Meterse a árbitro y dirimir por qué surgió la contienda. Dónde estuvo o dónde está el olvido, el despiste, la mentira…
Sí. Podemos decir que tampoco es tan importante, que cada uno haga y piense lo que quiera, y que continuemos en esta nueva trayectoria de olvidos, mentiras, versiones, opiniones y… en choques continuos de mayor o menor grado. Y se culmina diciendo que “esto es la vida y esto es la libertad”, porque venimos de un absolutismo radical de pensamientos, palabras, obras y omisión.
O bien se asume que la confusión está servida en “macroscopía” –es decir, en problemas grandes- o en problemas solamente pequeños.
Surgen los expertos, los especialistas, las publicaciones… y sobre ellas hay que gestar opiniones. Las tendencias marcan que hay que ir en contra… “ahora”; “mañana” quizás no, y haya que ir a favor, y dando como banales los argumentos que hablaban de ir en contra.
Fijémonos –nos reclama la Llamada Orante- en hechos como el que acabamos de citar del montaje, [2]y en hechos como el que se ha vivido recientemente de que ¿”cientos” o “miles”? ¿Saben contar? Desde donde se hace la foto parecen “cientos”. Si la hacemos desde otro punto de vista pueden parecer “miles”. Y solo sabremos más o menos “cuántos”, estando allí. Pero todos no podemos ir al Tribunal Supremo a protestar por la condena al fiscal general del Estado.
Cuando… –y ahí se ven los corpúsculos de poder- cuando se llega a ese punto en el que la comunidad –manipulada adecuadamente pero obediente a esa manipulación- no tiene lo que quería tener, no hay ya barreras que impidan una discusión. Se va en contra de la decisión… sin saber, ¡claro! Porque, todos los que fueron a protestar la decisión del Tribunal Supremo, ¿sabían y conocían los vericuetos que llevaron a esos jueces a condenar al fiscal general? ¿Sabían? ¿O sabían las notas de prensa de unos y otros? Que obviamente no coincidían; obviamente había diferencias.
La credibilidad de –en este caso- el Tribunal Supremo se pone en duda. Y no solamente en duda, sino que se está en contra. Un grupo o unos grupos.
Pero, eso, en tiempos de la opulencia del absolutismo no podía ocurrir, ¡y no ocurría! Incluso a lo mejor ni se les ocurría. Pero ahora, cada ser, cada corpúsculo tiene su hegemonía, y sabe de leyes, sabe de tribunales, sabe de medicina, sabe de arquitectura, sabe de ergonomía, sabe… ¡sabe de todo! Finalmente, cada ser es un experto.
La Llamada Orante nos plantea esa situación fácil de ver, que no busca condena ni… No. Simplemente “darse cuenta”. Ahora hay que estar en “darse cuenta”. Y ver con mucha atención que eso mismo de lo que nos damos cuenta nos puede ocurrir a nosotros. Y nos podemos convertir en expertos y, obviamente, entrar en confusión, en competencia y en encuentro de poderes.
Con lo cual, evidentemente, el Planeta Guerra, con sus guerreros al frente, se alimenta, se mueve y se activa por esa guerra, buscando ganar, buscando tener, buscando importancia personal.
El ser orante se ha de posicionar ante toda esa ristra de tendencias.
Y bien podemos dudar de aquello que nos cuentan, sospechar de aquel verbo que nos expresan, pero que probablemente tenga algo de evidencia. Probablemente. Pero se le ha envuelto de tantas y tantas capas, que la tendencia general va a ser la de incredulidad, la de dudas, la de sospechas.
Y entonces, ¿qué hacer? ¿Qué puede hacer el orante?
Ya vemos cómo la inteligencia artificial es capaz de diseñarnos toda una historia de un personaje. Y podemos montar toda una historia… de sufrimiento, trabajo, dedicación, beatitud, perfección, armonía, y quedarnos espantados con ¡tanta virtud!...
Pero cuando lo dejamos reposar y vemos el montaje, empiezan a disgregarse las especialidades y las virtudes. Pero, de momento, el plan ha funcionado y se han conseguido adeptos a esa explosiva versión.
Bajo el sentido de orar, el creer es la clave. Sí. Puesto que detrás de cada montaje hay una fracción de evidencias –probablemente-, nuestra creencia, bajo la óptica orante, es mantenernos sin ninguna inclinación. Estar bajo la referencia del creer, del creer creativo, creador, que es lo que es el ser.
Y ejercitarse, en el cotidiano devenir, bajo la identidad del servicio, de la fe, de la esperanza, de la fidelidad…
Pero no a esta tendencia, a aquella o a la otra. A la presencia de nuestra identidad; que, obviamente, bajo ese criterio, no va a ser importante, no va a ser experto, no va a ser dominador, no va a ser manipulador, ni va a tener especial interés en que esto sea de esta forma o de esta otra.
No va a condenar; no va a prejuiciar. Va a estar, va a servir, va a dar. Y, por supuesto, va a escuchar y va a mirar y va a emplear sus sentidos para ver esa dispersión poderosa, pero ya sabiendo que es así: una dispersión, una proliferación de poderes en que cada uno busca ganar sus adeptos en base a los poderes que puedan ejercer.
Sí. Nuestro Auxilio es el Nombre.
Tenemos que recabar, en nuestro ser y estar, el auxilio de nuestra naturaleza…
Y entrar en la creativa creación de ser el engranaje que conecta, que une, que armoniza, que equilibra, que serena.
“Que conecta, que une, que armoniza, que serena”. “Que conecta, que une, que serena, que hace comunión”.
No, no se hace fácil la unidad de humildad. No, no se hace fácil la disolución de influencia y poder… porque el efecto contagioso de ese proceso de guerra es enorme.
El silencio, como actitud de vacío para disolver los conglomerados de la mente; el silencio, como actitud de escucha para realmente escuchar sin juzgar, pero evidenciar las responsabilidades que concurren en nuestras actividades, en nuestras acciones. Y en la medida en que reconocemos –en ese tono de equilibrio, armonía, sintonía, comunión- nuestra respuesta-responsabilidad, pues seremos capaces de perfilar y de aquilatar y de afinar nuestras acciones.
Ese inmiscuirse en absolutamente todas las acciones –o tender a ello, claro-, y actuar, es parte de ese contagio de poder. Y si esto no funciona, o me parece a mí que no funciona, o creo que esto no es así, ¡actúo! Y corto o rompo o echo… ¡sin más!
La precipitación, sin duda es una de las –también- escaras de ese poder.
Pero mientras no se reconozcan las actuaciones propias, con lo que ello trae consigo…
Y eso es en base a ser orante, a ser creyente, a ser creíble. Y saber acudir, saber constatar, saber… –en ese tono de humildad- saber escuchar, en ese silencio, cuál es nuestra actuación, cuál debe ser nuestro compromiso.
Y sea cual sea la decisión, responsabilizarnos de ella.
Con estas premisas que nos sugiere la Llamada Orante, estaremos en la posibilidad de mantener una ecuanimidad, y poder –sin poderes, sino con acciones- ligar, conectar, contactar, intercambiar y, ¡quizá!, llegar a acuerdos. Pero que no sean “contra”, que no posibiliten o capaciten ataques, que no se dé la ocasión para que ataquen, sino que se esté en esa fina línea de… una sutil esperanza.
Sí: “sutil esperanza”. Y lo catalogamos como “sutil”, porque la esperanza se ha hecho espesa, densa, desesperada. Y hay que hacerla diluible, transitable, ejercitable, “vivenciable”.
Y todo ello –hablando de la prisa- corre prisa. Pero no es un correr de hoy para luego, sino de un hoy. Con lo cual no hay prisa, porque la prisa es cuando hay que ir de un sitio a otro, cuando se hace un recorrido. Pero cuando se hace instante, cuando me hago ecuánime al instante… No: “voy camino de la ecuanimidad” –porque por el camino voy perdiendo o voy precipitado o voy demasiado lento-.
Cada Llamada Orante es una conversión inmediata, una puesta en escena, una puesta en… en apuesta. Sí, “una puesta en apuesta” por la creencia, la bondad. Que ésta brote porque es nuestra naturaleza.
Y en ese proceso de instante somos ayuda, somos auxilio. Que nos vean como ayuda y auxilio. Y a la vez, que nos dejemos ayudar y auxiliar en nuestras ignorancias, en nuestros conceptos, en nuestras actitudes.
Hacer del lamento una reconocida opción de resarcir el error, de aclarar la posición; de realmente purificar ese don de importancia personal que configura ese carácter que cada uno esgrime, enseña y muestra. Y, en consecuencia, pone el nombre y apellido de que es rancio, de que es indolente, de que es insolente, de que es insoportable, de que es vanidoso… Y así, una serie de sellos que hacen muy difícil la conversión del instante hacia esa ecuanimidad.
Es por ello que ese silencio de escucha nos puede permitir liberarnos del sello que nos ponen o que nosotros nos ponemos, para “des-sellarnos” y ser útiles.
Parece sencillo, pero esta palabra –”útil”- es bueno aplicársela, y es bueno el evaluar y valorar: “¿Cuál es mi utilidad? ¿En qué soy útil? ¿Para quiénes soy útil? ¿A quién soy útil?”.
Sí. Y tener cuidado con ese sentimiento derrotista que en el fondo es una falta de comprometerse; ese sentimiento: “Ah, soy un inútil”.
¡No!
El hecho de estar, de existir, indica utilidad. E implica responsabilidad. Y supone testimonio.
Y si no vemos nuestra utilidad, sospechemos que no queremos desarrollar nuestras habilidades, nuestras capacidades. Que sabemos que las tenemos, pero que exigimos reconocimientos, aplausos, y por eso no nos ejercitamos. A lo mejor es eso.
No. Cuando se habla de “útil”, no se trata de ser útil a sí mismo; se trata de ser útil al entorno en donde estoy, al lugar donde me encuentro. Ser útil a mi habitación, teniéndola limpia, por ejemplo. Ser útil al alimento, sabiendo tratarlo con esmero y con cuidado…
¡Son tantas las posibilidades de ver y valorar nuestra utilidad!, que es un destrozo el no ejercitarlo.
Y es que en la medida en que nos hacemos útiles y reconocemos nuestra utilidad, generamos “utilidades”. Y ésas son ayudas, servicios y aportes.
No hay tregua para la vida. La vida no es una tregua; no es un dominio y una posesión. Es un transcurrir constante, continuo, permanente, infinito, eterno.
Que se despierte la sed de utilidad –“que se despierte la sed de utilidad”-, para que la servicialidad sea permanentemente compartida y ejercitada en creativas opciones, propuestas.
Y que la responsabilidad no se evada ni se justifique…
Ni se justifique la irresponsabilidad como un fallo, un despiste, un… “¡Ah!, el cirujano se despistó y dejó una gasa”… “Se despistó, y en vez de poner 5 miligramos de... puso 20”.
Una piedra en el zapato termina siendo una úlcera en el pie. Y si insistimos en ella, terminaremos cojos.
+++
