LEMA ORANTE
“Con el vivir tenemos todo ganado"
JLP 14092025
Los perfiles de nuestra humanidad presentan una continua y permanente preocupación.
Y es así que, ante la llamada orante, la llamada meditativa, contemplativa, se hace difícil la incorporación de sugerencias, proyectos, ideas… ya que la mente, el sentir, el hacer, está ocupado.
¡Está tan preocupado por el contingente de sucesos!... Que van desde la forma y el tipo de alimento –cuando lo hay-, hasta el largo del pantalón o el tipo de almohada, siguiendo por el restaurante de moda o la mejor cañería para que fluyan los fluidos –gas, petróleo, etc.-. Es decir, hay una maraña de información; ‘desinformante’, por otra parte, puesto que confunde.
Las opiniones se hacen multidiversas, y el interés por el dominio, el control, el mando, la importancia personal, hace que esa preocupación ocupe casi el 90% de la vigilia.
Hay mucho que hacer. Y se preocupa la mente, el ánima, el espíritu, de “lo que hay que hacer”, que se ha convertido en importante.
Y ya no es que haya mucho que hacer, sino que hay que “ocupar” con materialidad, individualidad, separación, huida… y una larga estrategia de hedonismo personal que obstaculiza la inspiración, el ensueño, la fantasía, la escucha-autoescucha personal, la estima, los afectos...
Sin dudas, la hegemonía dominante de una parte pequeña, pero enormemente influyente, de la humanidad, nos hace ser una preocupación permanente. Y la vida se hace preocupada. No tiene el fluir del aliento espontáneo. No tiene el sosiego de la calma silenciosa. No esboza los sueños y los proyectos; y, cuando lo intenta, aparecen los inconvenientes, las dificultades, las prohibiciones.
Evidentemente, todo se hace con el vértigo –y el sigilo a la vez- de lo dominante, de tal forma que lo encarnamos… –entre comillas- “sin darnos cuenta”. Y a veces dándose cuenta, con el epígrafe: “no queda más remedio” o “es así” o “hay que aguantarse” o “es lo que hay”.
La Llamada Orante nos advierte de esta composición, de esta pintura, de este grabado de humanidad. Y así, en la medida en que se tomen en consideración todos estos factores con la insignia de la preocupación… podamos, al menos, diluir la “pre”, y ocuparnos de algo más de lo que manda la orden, el poder, el gobierno, el progreso, la tecnología…
Y no es que todo ello sea considerado negativo, malo. No, no. La cuestión es discernir entre todo lo que va gestando la humanidad, y saber, en cada individuo, cuál es la posición que nos permite ¡seguir siendo almas!, ¡seguir amando!, sin la preocupante opinión de aquel, de aquellos… y más bien mostrarse con la transparencia de lo que se siente, sin ese sutil miedo a perder.
Con el vivir tenemos todo ganado. “Con el vivir tenemos todo ganado”. Y, en consecuencia, no hay por qué cultivar el miedo a perder.
Sí. Puede resultar muy filosófico, pero es orante… y nos llega a nuestra alma cándida: sí, esa ánima inocente y curiosa, propia de la vida.
Nos reclama –sí, quizás parezca exigente-, nos reclama, la Llamada Orante, una espontánea actitud colaborativa, solidaria, compartida; un convivir suelto, ligero, espontáneo, que facilite el diálogo transparente, que sea un ‘con-verse’, un convertido, una conversión hacia el compartir… asumiendo cada cual a cada otro, y cada otro a cada cual.
Recuperar el ánima de la vida como el verdadero motor, el verdadero representante del vivir. El alma que ama, que se muestra con compasión, con misericordia, con piedad; sin ataques, sin murmullos, sin rumores y prejuicios.
Transcurrimos en tiempos llamados “comienzos”: “Y empieza esto y empieza aquello”… En realidad, son automatismos costumbristas impuestos por el rendimiento. No obstante, están ya como encriptados en nuestro genoma, en nuestra esencia.
Y podemos seguir con los rituales del comienzo, con las reposiciones, las compras, las puestas al día, etcétera, o considerarlo una parte del transcurso… Que no es un comienzo. Que nada comienza y nada termina. Que es un espejismo estructural gestado por una visión miope de la existencia y de la vida.
En consecuencia, cuando toca –como ahora- el comienzo, coincide, claro, con un final… Con lo cual se puede ver más claro que no existe el uno ni el otro. Es un transcurrir de eventos.
Y así, sin desdeñar esos planteamientos, pero sabiendo que son ficción, nos podemos “argumentar” esos comienzos con toda una disposición de ánimo, de entusiasmo, de generosidad, de ocurrencias, de propuestas… que nos permitan ser una renovación; una renovación continuada.
Habitualmente –a propósito de la renovación continuada- se empieza con la cadencia de “lo que hay que hacer”: la preocupación; “lo que hay que tener”: la ganancia.
En cambio, podemos disponernos con lo que aporta mi ser, lo que opina mi conciencia, lo que siente mi emoción, lo que intuyo que será o que puede ser.
Sería, en definitiva, darnos la oportunidad de estar vivos, de sentir la vida… fuera de las dimensiones preocupantes, temerosas y terminales.
Sí; porque basta estar un instante de… complacencia, para que de inmediato se cuele la idea de: “Bueno, ya tenemos que acabar, ya hay que terminar”.
El perfil de soltura que tipifica la vida. Como ocurre en la infancia, en la que el ser se desplaza, actúa y se comporta… ¡como una locura! Es lo más parecido a un psicópata.
Sí. Se expone a innumerables dificultades –que, por otra parte, la mayoría las hemos creado nosotros-. Balbucea palabras, piensa cosas y… no entiende por qué no le entienden. Hoy come mejor, o no… duerme más, o menos… Es un pequeño neurótico que deambula y que necesita esa continua atención.
Pues bien. El adulto tiene esa continua atención por parte del soplo de vida del Misterio Creador. Y en consecuencia puede diversificarse. Puede seguir siendo ese niño, con más habilidades, con más precisión, con más puntualizaciones…
Quizás esto tenga que ver con aquella frase del Soplo Crístico que decía que “sólo aquellos que sean como niños entrarán en el Reino de los Cielos”.
Habitamos en el Cielo, en este universo insondable. Y la vida es una infancia permanente. No es una espera angustiosa que aguarda desencarnarse para llegar “a”...
¡No!
Por instantes, solo instantes…; seguramente, todos han vivido un instante en el que se sienten en el paraíso. Es que, con ese instante, podríamos pensar que el paraíso y el cielo están aquí…; que no hay que esperar a que nos traigan y nos lleven como marionetas sin sentido.
La santidad está aquí, no en el más allá.
“Más allá”, “más acá”… términos temporales, lineales, sometidos al espacio…; que no contemplan el ánima almada de lo Eterno.
Si ese instante de paradisíaco momento se ‘habitualiza’…
¡Y es posible!...
Es posible, mientras no caigamos en prejuicios, normas, costumbres…; que sepamos vadear todos esos contenidos, sin enfrentarnos. Porque la preocupación necesita enfrentamiento. Y lleva al ser a actuar para “liberarse” –entre comillas- de esa ansiedad y angustia que genera esa preocupación.
Esos instantes deben ser momentos: una prolongación del instante; un descubrirnos en ese paraíso que es vivir.
El ser se ha encarnado tanto que ha dejado de darse cuenta de que esa encarnación es tan solo un proyecto de lo invisible, que asume, en un instante, configurarse de una manera. Pero que, sin esa ánima, esa configuración no se mueve…; no se anima.
No hay que esperar. Estamos ya.
No hay líneas de separación. Somos un continuo fluir de la Creación. Y, en consecuencia, somos materia creativa –no, ‘preocupativa’-, dispuesta y disponible para la evolución.
El Edén no estaba en otro planeta, no estaba en otro lugar del universo. Estaba aquí. Está aquí.
El asumirlo implica modificar nuestros perfiles, flexibilizar nuestras razones; amplificar nuestros sentires, sin posesiones; sentir el aliento de vivir en cada respiración, en cada movimiento; admirarse de lo creado, mientras contemplamos una hoja, una piedra o un pájaro.
Sí, sí, sí.
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